Introducción
Hemos llegado a la parte superior del clarísimo altiplano del Montplà, de nombre tan conciso. Lo que permiten las alturas de garriga en las que nos encontramos, sin prácticamente presencia de obstáculos visuales, es, si paseamos un poquito, ver unas grandes panorámicas que ayudan a entender sus relieves y la orografía concreta de los alrededores: hacia el sureste, sur y suroeste, las Islas Medas, el Estartit, la Gola del Ter, la llanura del Empordanet, el curso del río Ter, el macizo de Begur..., con las frondosas Gavarres recogiéndolo todo como un emboscado telón de fondo, en contraste con el aspecto sin vegetación en absoluto y árido de donde nos encontramos. Hacia el otro lado, al norte y al noroeste, la montaña Gran, la bahía de Roses, el Pení del cabo de Creus, las Alberes, la llanura del Alto Ampurdán y, como telón de fondo, las montañas de la Alta Garrotxa y el majestuoso macizo del Canigó.
Justo antes de emprender el descenso, al otro lado del Montplà, veremos una cabaña de vigía de forma hexagonal, que se convierte en un mirador excepcional para contemplar la zona de las dunas. Aun no siendo visibles a simple vista, por restar cubiertas del boscaje de los pinares, son montañas de tierra impulsadas por la tramontana procedente de la bahía de Roses. Vemos la montaña Gran y las dunas propiamente dichas, que irían desde la arroyada de Coma Llobera hasta la casa del Guarda, donde hemos iniciado este itinerario. Para frenar su evolución, se procedió a la plantación de pinos para fijar su movimiento, deteniendo el embate justo antes de cubrir las casas de la Horta d’en Reixac y Mas Julià, ya a mitad de la vertiente de la llanura del Baix Ter.